sábado, 20 de marzo de 2010

Para cuando cambia el viento...


La miró fijamente a los ojos mientras sostenía su cara dulcemente entre sus manos. La profundidad de su mirada despertó un extraño nerviosismo en ella, esa inexplicable sensación de que algo había cambiado. La besó durante unos segundos y, sin decir una palabra, sólo con una media sonrisa se despidió echando a andar Rambla arriba, perdiéndose entre el gentío y los puestos expresamente colocados a ambos lados del bulevar para disfrute de turistas y goce de carteristas más o menos profesionales.

Ella se quedó parada durante unos minutos con la mirada perdida en la dirección en la que él desaparecía entre la muchedumbre. Algo perturbaba su tranquilidad, aunque no era capaz de explicar qué demonios podía ser. Estaba más que acostumbrada a la sombra de sus constantes obsesiones, a dar diez mil vueltas a las cosas y a buscar las explicaciones más rocambolescas que podía encontrar. A pesar de eso, se convenció a sí misma de que, aunque sus claras tendencias pesimistas le llevaban a esperar lo peor de los demás, esta vez no se dejaría llevar por ellas.

Con este recién estrenado optimismo, se dirigió con paso firme hacia el puerto. Hacía un sol de justicia pero la suave brisa marina facilitaba las cosas al bullicio de gente que se dirigía al Maremagnum o que simplemente se hacia fotos con el mar de fondo. Ella se sentó en el último de los bancos del paseo marítimo y se quedó un rato mirando al mar. De repente el viento pareció cambiar y esa suave y relajante brisa comenzó a convertirse en una ligera ventisca que trajo consigo unas cuantas nubes, de esas que resultan molestas tan solo por lo inesperado de su aparición. La propia inercia del aire hizo que se levantara y se marchara de allí.

Cuando llegó a casa le inundó una extraña sensación de vacío. Un vacío que tardó poco tiempo en demostrar que no solo era psicologico, si no también fisico. Efectivamente, faltaban cosas en el piso, una cartera, una chaqueta marrón de cuero colgada de la silla de la entrada, un cepillo de dientes...A cambio, un sobre perfectamente colocado e intencionadamente visible encima de la mesa.

Al verlo, una especie de mueca, como una sonrisa irónica se apoderó de su cara. Algo así como una dura reafirmación de su naturaleza más profunda. Había tratado de mostrarse optimista y despreocupada, pero la situación le demostró una vez más que debía seguir siempre sus instintos, al menos así no recibiría sorpresas desagradables. Tiró la carta a la basura sin ningún tipo de miramiento y volvió a salir de casa dejándose llevar por el viento que soplaba en su querida Barcelona.

1 comentario:

  1. Oh... pobrecita!

    Me parece un texto muy bonito y muy bien escrito. Me gustan mucho tus relatos así que haz maaaaaaaaaas! :)

    Yo también tiendo a ser realista (y ahora vienen los jas y los blas), que es un pesimista bien informado :P y conozco esa sensación de intranquilidad y de dar mil vueltas a las cosas hasta que explotas... No es fácil. En fín, que es un relato muy chulo aunque melancólico.

    Te quiero guapa!!!

    (No pienso dejarte ninguna carta)
    Aunque es verdad que la dejaría perfectamente colocada...jeje

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