miércoles, 26 de mayo de 2010

Érase que se era...

Caminaba despacio por un oscuro pasillo que no parecía conducir a ninguna parte. Miraba en todas direcciones esperando encontrar una pista, una simple indicación que pudiera situarla en algún lugar concreto, pero era imposible. Sólo podía oír el eco que producían sus zapatos y los latidos de su corazón que cada vez eran más fuertes e incontrolados.

Se sentía sola e increíblemente desprotegida, pero decir que tenía miedo era algo demasiado simple para describir la mezcla de sentimientos y pensamientos que se acumulaban en su cabeza. Por un lado estaba confusa, no sabía exactamente por qué se encontraba sola en ese extraño lugar, sobre todo, porque habría jurado que tan solo unos momentos antes estaba rodeada de gente. Pero, a pesar de la confusión, sentía una curiosidad inexplicable que se acentuó cuando divisó algo que antes no había visto: una puerta al final del pasillo. Como si supiera lo que estaba haciendo, corrió hacia ella. La guiaba una especie de intuición que no era capaz de entender y, ni mucho menos, explicar.

Cuando por fin la tuvo enfrente se detuvo y se sorprendió al ver que no tenía picaporte. Observó una bola del mundo que colgaba del techo por una especie de hilo blanco. Este se alargó lo suficiente para que la esfera se situara a la altura de sus manos y se quedó quieta. Por segunda vez, ella se dejó llevar por su instinto e hizo girar el globo terráqueo. De repente, la puerta se abrió y la bola del mundo desapareció tras una cortina de fuego intenso. Al traspasar el marco de la puerta descubrió inmediatamente donde estaba.

Era dificil no reconocer la escalinata de piedra en la que había pasado horas y horas viendo como los atardeceres daban lugar a hermosas y agradables noches de verano en las que se podían distiguir con facilidad las estrellas. Subió las escaleras y entró en casa. La lógica le decía que nadie de su familia estaría allí en pleno octubre pero, dejándose llevar por un sentimiento completamente irracional ,quiso comprobarlo con sus propios ojos.

En la casa no había nadie y la decoración era diferente. Hacía sólo dos meses que había estado allí y sus padres no habían tenido tiempo en cambiarlo todo en los únicos dos fines de semana que volvieron desde las vacaciones. Aún así, todo le parecía distinto, pero de una forma que no sabía explicar. No se trataba sólo de la disposición de los muebles o de las habitaciones, sino de la atmósfera que se respiraba. Era más calurosa y agobiante de lo normal, sobre todo para tratarse del norte de Madrid.

Entró en la primera habitación de la derecha que antes había sido la cocina y sólo encontró una especie de atril con un enorme libro encima. Se acercó para leerlo pero no entendía lo que ponía en la cubierta. Estaba segura de que el título estaba escrito en un idioma extranjero, pero no era capaz de reconocerlo. Decidió no abrirlo y se marchó por una puerta que conducía al pasillo. Al fondo del mismo pudo ver la puerta abierta de la habitación de sus padres. Encima de la cómoda vió el collar que tantas veces se había puesto su madre para ocasiones especiales. Sabía que al igual que había llegado a su madre por parte de su abuela, tarde o temprano ese collar también sería suyo. No estaba segura de que lo quisiera, pero se sentía en la obligación de cogerlo y guardarlo. Era consciente de que eso era lo que se esperaba de ella.

Cuando estaba a punto de alcanzar la joya saltó hacia ella un bulldog con aspecto enfadado y que no paraba de ladrar. No sabía de dónde había salido, pero reaccionó con rapidez. Cerró la puerta de la habitación y echó a correr.

Ese pasillo nunca le había parecido tan largo. Por más que corría no conseguía llegar al final y eso la agobiaba. Aunque estaba segura de que el perro ya no podía perseguirla porque estaba encerrado en la habitación de sus padres, un intenso temor la inundaba. De repente, encontró la puerta por la que había entrado y se dio cuenta de que en realidad estaba muerta y de que todo lo que había vivido había sido únicamente producto de una especie de subconsciente que se encontraba atrapado en el purgatorio, donde pagaba por los pecados cometidos en una existencia triste y miserable.

¿Veis? Es muy fácil joder una historia, todo el mundo puede hacerlo, sólo hace falta un final ridículo.

domingo, 2 de mayo de 2010

Un "gracias", por favor.

La educación está pasada de moda. Es como si todos los "gracias" y los "por favor" se hubieran borrado del mapa. Me sorprende porque prácticamente todo el mundo tiene la capacidad física y lingüística para pronunciar ese tipo de palabras. Otras, en cambio, como"supercalifragilisticoespialidoso" o el innombrable volcán islandés, sí que son difíciles.

Recuerdo cuando trabajaba en mi querido y mal pagado Coronel Tapiocca. Cada vez que alguien preguntaba algo, le contestábamos con toda la educación y amabilidad del mundo, ya fuera la cuestión ¿Dónde están los baños? o ¿La talla L es mayor que la M? La respuesta última de los clientes ante la resolución de sus dudas solía ser "vale" o incluso el silencio más absoluto. Nada de "gracias" o "muy amable" ni siquiera un "disculpe que sea retrasado y no conozca el tallaje universal de la ropa a mis 40 añazos". Nada.

La situación era frustrante al igual que desoladora. Puedo afirmar, sin exagerar ni equivocarme, que el porcentaje de personas que ultilizaban un "por favor" o un "gracias" no llegaba al 10% de la gente total que entró en la tienda. Además, recuerdo perfectamente la sensación de encontrarte una persona educada, era tan anecdótica que resultaba hasta especial.

Se me viene a la cabeza una cosa que paso la semana pasada. A una chica que salía del metro delante de mí se le cayó un libro. Ella iba con auriculares y ni se dio cuenta de que se le había caído. Recogí el libro y me acerqué para devolvérselo. Ante esta situación, ella me miró, miró el libro, se dio la vuelta y echó a andar. Me quedé ahí con un palmo de narices, pensando en lo útil que sería en esa situación conocer el antiguo arte del vudú e imaginando que hubiera pasado si en vez de darle el puñetero libro, lo hubiera dejado en la papelera más cercana.

En contraposición, hace un par de años un niño me preguntó la hora por la calle. La frase exacta que pronunció el angelito fue: "Perdone señora, ¿me puede decir que hora es?" ¿SEÑORA? Yo, al borde del llanto porque esa palabra no dejaba de resonar en mi cabeza, le respondí y él me lo agradeció amablemente. Supongo que aún queda un rayito de esperanza para nuestra maleducada humanidad a pesar de que yo me sienta como una joven de 1200 años.

¿Habrá sido el Karma? Si es que hay que tener cuidado con lo que se desea...