martes, 15 de mayo de 2012

Era una noche apacible

Era una noche apacible. Las estrellas podían distinguirse con claridad en el cielo, aunque ráfagas de viento gélido enrarecían el ambiente. La usual actividad del pequeño lugar se había apagado. El pueblo permanecía en completo silencio, las casas estaban cerradas a cal y canto y una especie de sensación de recogimiento recorría sus oscuras y desiertas calles. La noche lo cubría todo. 

Sólo un hombre rompía aquella extraña quietud. Caminaba despacio. Parecía estar contando sus pasos, pasos que aparentemente no le llevaban a ningún lugar concreto. Trataba de no hacer ruido, pero no podía evitar el sonido que emitía la enorme y pesada bolsa que arrastraba, ni el de su nerviosa respiración. De vez en cuando se paraba para descansar y de paso comprobaba que nadie le seguía. Las manos nunca le habían temblado de aquella manera, de hecho, ni siquiera fue capaz de encenderse el único cigarrillo que encontró en el bolsillo interior de su chaqueta.

Aún no podía creer lo que estaba haciendo. Sus movimientos eran mecánicos, pero la sensación de angustia que tenía en el pecho era real y, en más de una ocasión, tuvo que soltar la enorme pala que utilizaba y dejar de cavar para recuperar el aliento. La sola idea de respirar se le antojaba difícil. 

Apenas era capaz de tocarla o de mirarla siquiera. Depositó cuidadosamente la grande y pesada bolsa dentro del agujero y rápidamente empezó a echar tierra sobre ella. A los pocos segundos pareció darse cuenta de que había olvidado de algo fundamental. Soltó la pala y metió la mano dentro del bolsillo de atrás de su viejo pantalón. Sacó un diminuto lápiz y un trozo de papel amarillento. Con una pobre caligrafía escribió: 

Te quise. Te quiero.

Entre silenciosas lágrimas dejó el papel dentro del agujero y terminó de taparlo con la arena que quedaba. Cuando terminó, se sentó durante un momento y esta vez sí que fue capaz de encenderse el cigarrillo. Permaneció un buen rato allí sentado mirando al vacío, sin pensar en nada o tal vez pensando tantas cosas que resultaba imposible digerir tantos recuerdos. Se limpió con la manga la mezcla de sudor y lágrimas que le empapaba la cara. Dirigió un último vistazo al lugar que había elegido, asegurándose de que era el adecuado, y se alejó despacio, sabiendo que acababa de enterrar una parte de su alma.