martes, 5 de noviembre de 2013

Renuncia

Si mis cálculos no fallaban, estaba a punto de entrar por la puerta del despacho. La misma hora de siempre, la misma cara de pocos amigos y los mismos “buenos días” dichos con desgana.  No podía evitar estar nervioso, me imponía su presencia. El sudor de mis manos estaba empezando a arrugar la carta de renuncia que había redactado la noche anterior. La dejé sobre la mesa e intenté tranquilizarme.
Estaba harto de que me endosara casos de segunda categoría y de tener que confirmar mi asistencia a aburridos cursos universitarios. En definitiva, a conformarme con las migajas. La falta de estímulos profesionales me estaba matando. Necesitaba más.
Por fin dieron las 9 y pasó delante de mí como una exhalación. Hoy tenía prisa. Le detuve antes de que entrara en su despacho:

- Papá, tenemos que hablar.