martes, 5 de noviembre de 2013

Renuncia

Si mis cálculos no fallaban, estaba a punto de entrar por la puerta del despacho. La misma hora de siempre, la misma cara de pocos amigos y los mismos “buenos días” dichos con desgana.  No podía evitar estar nervioso, me imponía su presencia. El sudor de mis manos estaba empezando a arrugar la carta de renuncia que había redactado la noche anterior. La dejé sobre la mesa e intenté tranquilizarme.
Estaba harto de que me endosara casos de segunda categoría y de tener que confirmar mi asistencia a aburridos cursos universitarios. En definitiva, a conformarme con las migajas. La falta de estímulos profesionales me estaba matando. Necesitaba más.
Por fin dieron las 9 y pasó delante de mí como una exhalación. Hoy tenía prisa. Le detuve antes de que entrara en su despacho:

- Papá, tenemos que hablar.

martes, 22 de octubre de 2013

Viaje de trabajo

Habían atravesado la capa de nubes y un sol radiante bañaba el interior del avión. Se acomodó en su asiento de primera clase y, en cuanto pasó a su lado la azafata, pidió el primer gin tonic de la mañana.
Nada más aterrizar se dirigió al punto convenido. Miró la fotografía y le reconoció enseguida. Le siguió hasta el aparcamiento y cuando se hubo asegurado de que nadie podía oírlo le apuntó con su calibre 38 y disparó. Le dejó ahí tirando y salió corriendo de allí. Tenía que estar de vuelta en casa lo antes posible. No podía perderse otro cumpleaños de Max. 


sábado, 5 de octubre de 2013

Los sueños de la mujer prohibida

Habían pasado casi dos años desde que la publicación de Los sueños de la mujer prohibida se hubiera convertido en un éxito de ventas y de crítica. Un fenómeno literario sin parangón. No sólo los millones de ejemplares vendidos y los cientos de traducciones al extranjero avalaban su trayectoria, si no que la crítica, generalmente implacable en cuanto a best seller se refiere, se había rendido en su inmensa mayoría a los encantos de la novela de Marcelo Quiñones. Traducciones a más de diez idiomas hicieron que  incluso el influyente New York Times la calificara como una de las novedades más interesantes del mundo editorial.


La fama y el dinero le habían permitido vivir de las rentas durante aquellos dos maravillosos años y no precisamente de forma contenida. ¿Por qué iba a contenerme? -pensaba- había parido una gran novela y había ganado mucho dinero. De hecho, las cantidades de dinero que manejaba eran suficientes para vivir más que dignamente el resto de su vida. Incluso se hablaba de una posible adaptación al cine de Los sueños de la mujer prohibida. Una idea que no dejaba de rondarle la cabeza. Los tipos del estudio le agasajaban constantemente para conseguir hacerse con los derechos para adaptar la novela y el envío de botellas de Châteaux de no sé qué, Dom Perignon y cosas similares eran la tónica dominante. No entendía mucho ni de vinos, ni de licores, ni siquiera de francés pero no era difícil adivinar el valor que podían alcanzar algunos de esos regalos. Él se dejaba querer, aunque en ocasiones dudaba de aquel trato. Por eso se estaba demorando en su respuesta. Por un lado, la tentación de los regalos, la dulce sensación de la atención recibida y las posibilidades económicas se abrían ante él como un oasis de seguridad. Por otro lado, las dudas. Como siempre, las malditas dudas.

Pero estas parecieron despejarse definitivamente al ver el interminable número que los tipos del estudio habían escrito en un papel blanco. Un importante empujón para su cuenta corriente, si. Pero, sobre todo, una suerte de bálsamo para su recientemente redescubierto ego.