Habían pasado casi dos años desde que la publicación de Los
sueños de la mujer prohibida se hubiera convertido en un éxito de ventas y de
crítica. Un fenómeno literario sin parangón. No sólo los millones de ejemplares
vendidos y los cientos de traducciones al extranjero avalaban su trayectoria,
si no que la crítica, generalmente implacable en cuanto a best seller se
refiere, se había rendido en su inmensa mayoría a los encantos de la novela de
Marcelo Quiñones. Traducciones a más de diez idiomas hicieron que incluso el influyente New York Times la
calificara como una de las novedades más interesantes del mundo editorial.
La fama y el dinero le habían permitido vivir de las rentas
durante aquellos dos maravillosos años y no precisamente de forma contenida.
¿Por qué iba a contenerme? -pensaba- había parido una gran novela y había
ganado mucho dinero. De hecho, las cantidades de dinero que manejaba eran
suficientes para vivir más que dignamente el resto de su vida. Incluso se
hablaba de una posible adaptación al cine de Los sueños de la mujer prohibida.
Una idea que no dejaba de rondarle la cabeza. Los tipos del estudio le
agasajaban constantemente para conseguir hacerse con los derechos para adaptar
la novela y el envío de botellas de Châteaux de no sé qué, Dom Perignon y cosas
similares eran la tónica dominante. No entendía mucho ni de vinos, ni de licores, ni siquiera
de francés pero no era difícil adivinar el valor que podían alcanzar algunos de
esos regalos. Él se dejaba querer, aunque en ocasiones dudaba de aquel trato.
Por eso se estaba demorando en su respuesta. Por un lado, la tentación de los
regalos, la dulce sensación de la atención recibida y las posibilidades
económicas se abrían ante él como un oasis de seguridad. Por otro lado, las
dudas. Como siempre, las malditas dudas.
Pero estas parecieron despejarse definitivamente al ver el interminable número que los tipos del estudio habían escrito en un papel blanco. Un importante empujón para su cuenta
corriente, si. Pero, sobre todo, una suerte de bálsamo para su recientemente redescubierto ego.