sábado, 13 de noviembre de 2010

Y que vivan los dioses del Olimpo moral...

"No me importaba. Estaba tan convencida de lo que quería hacer que me daba igual. No hacía mal a nadie, y la verdad es que, en ese sentido, me puse el mundo por montera. Tenía el apoyo de mi familia y no necesitaba nada más. Pensé simplemente, soy así y estas son mis circunstancias, y bueno pues...quien quiera aceptarlo, bien, y quien no, también. Era algo absolutamente privado."

Estas palabras transmiten una profunda convicción y no son reprochables en ningún caso. Vivir como uno desea es un derecho, no un privilegio. Hasta ahí bien. El problema viene al conocer a quien corresponde esta declaración de principios.

Mª Dolores de Cospedal concedió recientemente una entrevista a la revista YO DONA (y lo sé porque me la dan gratis "di siempre sí a lo gratis, it´s free, it´s free...") En dicha entrevista, hablaba de como se quedó embarazada mediante inseminación artificial, siendo soltera, y de como esa había sido la mejor decisión de su vida. No creo que nadie con dos dedos de frente pueda hacer ningún reproche porque, para mí, la inseminación es una opción tan válida como cualquier otra para cumplir el deseo de la maternidad.

Pero he de decir que me extraña la amplitud de miras para unas cosas y la cerrazón para otras. ¿Por qué tiene más validez el proycto de familia de Cospedal, claramente separado del ideal de familia de la Iglesia Católica, que el de cualquier persona? ¿Por qué vale menos una unión entre dos personas del mismo sexo? ¿Por qué esas personas, con el deseo de la paternidad o maternidad, se les pretende hacer renunciar al derecho a adoptar? Me hace gracia la defensa acérrima de la familia de la Cospedal "Creemos que un niño necesita a un padre y a una madre", cuando ella misma decidió tener un hijo sin un padre y le pareció correcto, es más, le pareció la mejor decisión de su vida.

"No pensé que fuera a haber ningún problema. Ni creí ni me planteé en ningún momento que fuera algo sancionable por la Iglesia ni sabía que no era una práctica muy admitida. Dicho esto, ahora que lo sé, lo hubiera hecho igual. Ha sido la mejor decisión de mi vida."

Señora Cospedal, ¿por qué si a usted se la trae al pairo lo que dice SU Iglesia sobre la familia, a mí debería importarme la opinión de dicha sacra e impecable institución? No me harán comulgar con ruedas de molino. La hipocresía de los dioses del Olimpo moral es quizá la más repugnante.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Cosas que pasan

Míró hacia abajo y vio que llevaba puestas las zapatillas de deporte. "¿Por qué narices me he puesto esto?"-pensó-. Antes de que pudiera siquiera desabrocharse los cordones oyó un grito. Una sensación extraña, una mecla de terror y heroísmo le invadió, así que echó a correr en la dirección de donde venían los gritos.

Recorrió el pasillo de su casa a una velocidad pasmosa y, tan deprisa corrió que se encontró de repente, casi sin darse cuenta, en medio de un bosque oscuro pero familiar. Paró en seco y miró hacia todas partes. "¿Dónde estoy?"-se preguntaba constantemente- Como esperando una respuesta, una indicación, no dejaba de dar vueltas mirando a todas partes. Los gritos se hacían oír cada vez con más intensidad. Los sentía tan cerca que se sorprendía de no ser capaz de ver nada. El agobio que le producía la densidad del bosque se antojaba insoportable, pero seguía caminando.

De pronto vio una silueta a lo lejos. Enseguida comprendió que era ese ser quien gritaba y pedía ayuda, pero no podía ver bien de quien se trataba. Era una persona, seguro, pero no alcanzaba a ver más. Trató de lanzar un grito tranquilizador, pero ningún sonido salío de su boca. Extrañado, volvió a intentarlo. Nada. Ante tal situación, echó a correr y no pudo si no alegrarse de llevar puestas las zapatillas en aquel momento.

Cada vez estaba más cerca de la inquietante figura y esta seguía sin ofrecer una visión clara. Estiró la mano y ya podía notar la cercanía de la extraña persona que se escondía tras ese llanto infinito. De repente, se vio a sí mismo al borde de un precipicio...

Se despertó de golpe. Sudando, con la respiración entrecortada e intentando comprender donde estaba. Miró el reloj. Sólo quedaban 5 minutos para que sonara la alarma y se dejó caer de espaldas maldiciendo. Siempre había odiado levantarse antes de la hora.