jueves, 15 de diciembre de 2011

Un día nublado


Se acabaron los días de los juicios interesantes, de la lucha social. Quizá inocente, quizá idealista, su vida habían sido los juicios imposibles y los despachos laboralistas. Pero todo eso se había teminado. En su despacho vacío daba los últimos retoques a la declaración de la renta de su madre quien, como era de esperar, le había tendido el último puente, el último recurso para luchar contra la enorme desazón de sentirse obsoleto.

Llegó a casa horas más tarde, tras dar un rodeo innecesario cada vez más frecuente. Para combatir el frío de noviembre ella había preparado puré de calabaza, como siempre. Pero nada había que deshelara el silencio, la distancia y el muro de frialdad que se había levantado entre ellos.

“¿Algún cliente?” -preguntó ella con indiferencia. La callada por respuesta. Había sido un día nublado. Desde hacía ya demasiado tiempo.

martes, 6 de diciembre de 2011

Somos la generación perdida

Somos la generación perdida. Tras una educación primaria y secundaria parcial, incompleta y en algunos casos penosa, que sólo favorecía la memorización constante de datos, fechas y problemas matemáticos, pensabas con ilusión que, quizás, la llegada a la universidad lograría suplir esa carencia de creatividad y raciocinio. Elegías lo que querías estudiar, te centrabas en lo que te interesaba, ¿qué puede salir mal?

Una vez en el aula, rodeado de otros 100 alumnos, e intentado no pensar en los otros siete grupos de gente que hay en tu misma especialidad, te pones a escuchar uno a uno a tus profesores. Algunos aún conservan una cierta energía, de la que tratan de hacerte partícipe, mientras que la gran mayoría muestran una apatía de dimensiones desproporcionadas. ¿Tienen sólo ellos la culpa? Tal vez sí o tal vez no, no puedo imaginar lo que tiene que ser intentar dar cualquier tipo de asignatura a un grupo de 120 personas a las que el 80% o 90% les importa un carajo. Ese enorme porcentaje sólo estudia una carrera por que es la continuación lógica del colegio, había que elegir una y a ser posible que no requiriese mucho curro. Por eso la mayoría de los profesores han decidido dejar de fingir, saben que estás de paso, que formas parte del rebaño y no les importa, ¿para qué tratar de demostrar lo contrario? Sólo es un trabajo.

Afortunadamente, durante tus años de estudiante lo pasas bien porque haces amigos, entras, sales y vives más o menos despreocupado. La realidad viene después y te da tal hostia que a veces cuesta hasta levantarse. Eres un recurso, hay un departamento entero que se encarga de ti y de los que son como tú. Recursos humanos, madre mía, que fuerza, que empaque, suena hasta importante, casi tanto como un boli, un ordenador o una mesa. Y lo peor es que vales menos que cosas tan artificiales, invisibles e intocables como el mercado, los derivados, las acciones...Lo tangible, lo físico ya no importa. Tu contribución a casi cualquier tipo de trabajo es sustituible, intercambiable. Ya vendrá otro a hacerlo por menos dinero que tu, seguramente de prácticas. ¡Alégrate de que te dan esa maravillosa oportunidad! Tu jefazo, que obtiene unos beneficios del copón bendito, se sube el sueldo a él y a sus más allegados en la empresa (al fin y al cabo es suya, ¿no?) y a ti y a otros 8.000 diablos os hace un ERE y os manda a tomar por saco. ¡Sube la cifra de desempleo!

Con la coyuntura económica por los suelos a ti te toca pagar la hipoteca a cien mil años que contrataste con tu amble banco porque, como no, aunque no puedas permitirte comprarte una casa ahora, tus nietos pueden seguir pagándola y aquí no ha pasado nada. Como nos dijeron que todos podíamos ser ricos aunque no lo fuéramos, pues todos nos subimos al euro. ¿Quién quiere ser middle class cuando puedes ser high class? Además, ser rico es un estado mental, no tanto físico, es como la edad. No importa que tengas ochenta tacos, lo que importa es que te sientas como que tienes veinte recién cumplidos.

Y así nos va. Leo con apatía, porque indignación ya no me queda, que la economía sumergida de España supone el 24% del PIB y que se cuadruplicó durante el “boom” inmobiliario. Se calcula que por este motivo unos 32.000 millones de euros no llegaron a las arcas del estado. Un profesor mío solía decir, no sin razón, que España es el único país donde el padre se jacta de defraudar a Hacienda mientras el hijo lo hace de copiar en el examen. Eso si, luego muchos se quejarán de que hay pocos médicos, que la frecuencia del autobús es una mierda, que hay déficit... Y habrá que reirse y admitir que la vida está llena de paradojas, porque no te queda otra.

Y con todo este panorama se te han echado las elecciones encima. Miras la AMPLÍSIMA oferta electoral y piensas “Y de todos estos, ¿quién me representa a mí? La respuesta es tan evidente que resulta pueril. Ninguno, of course, porque aquí no importa como de metidos estemos en el fango que sólo buscamos parches a cuatro años vista que, efectivamente, sólo benefician a unos pocos y que no valen para nada al conjunto de la sociedad. ¿Para qué subir el salario mínimo? ¿Para qué asegurar los servicios públicos? ¿Para qué pagar impuestos? ¿Para qué fortalecer la seguridad de los trabajadores en la contratación y en el despido? ¿Para qué construir, vender y alquilar casas a un precio razonable? Sigan haciéndolo mal señores políticos, es mejor tirar por lo fácil que meternos en berenjenales que puedan costarnos las próximas elecciones. Hasta ahora les ha ido bien, además. No se debe morder la mano que te da de comer.

Con todo esto, ya no te quedan ilusiones ni ambiciones porque sabes que de la manera honrada y currante no vas a conseguir nada. Ya se reirá con condescendencia de ti el enchufado de turno que te pase por encima en un entrevista por ser el hijo, sobrino, novio o vecino de fulanito de tal. Nunca antes nuestro destino había estado grabado en piedra como ahora. Y mucho menos en ladrillo. Somos la generación perdida.